Para que yo me llame Ángel González
Para
que yo me llame Ángel González,
para
que mi ser pese sobre el suelo,
fue
necesario un ancho espacio
y
un largo tiempo:
hombres
de todo el mar y toda tierra,
fértiles
vientres de mujer, y cuerpos
y
más cuerpos, fundiéndose incesantes
en
otro cuerpo nuevo.
Solsticios
y equinoccios alumbraron
con
su cambiante luz, su vario cielo,
el
viaje milenario de mi carne
trepando
por los siglos y los huesos.
De
su pasaje lento y doloroso
de
su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios,
aferrándose
al
último suspiro de los muertos,
yo
no soy más que el resultado, el fruto,
lo
que queda, podrido, entre los restos;
esto
que veis aquí,
tan
sólo esto:
un
escombro tenaz, que se resiste
a
su ruina, que lucha contra el viento,
que
avanza por caminos que no llevan
a
ningún sitio. El éxito
de
todos los fracasos. La enloquecida
fuerza
del desaliento...
Ángel
González, Áspero mundo (1956)
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