Alicante, 1930.
Poeta y narradora
española. Premio Nacional de poesía en 2011 y Premio Nacional de
las Letras en 2018, entre otros premios y distinciones. Nacida en una
familia de artistas, hija del pintor Lorenzo Aguirre, condenado a
muerte por el régimen franquista y ejecutado en 1942, residió en
los llamados “orfelinatos para hijos de presos políticos”.
Empezó a trabajar a los 15 años como secretaria de empresa. La
lectura fue para ella siempre un refugio. Leyó clandestinamente a
autores como Machado o José Hierro y conoció a otros muchos como
Gerardo Diego, Cortázar o Rulfo. Se casó con el también poeta
Félix Grande en 1963 y tuvo una hija también dedicada a la
Literatura, Guadalupe. Trabaja a partir de 1964 como correctora de
estilo y de pruebas y posteriormente como colaboradora de Luis
Rosales y Dámaso Alonso en la elaboración del diccionario
enciclopédico de Selecciones del Reader's Digest. Posteriormente,
hace labores de gestora cultural en el Instituto de Cultura
Hispánica, después Instituto de Cooperación Internacional.
En 1972 publica su primer
poemario, Ítaca, fruto de su descubrimiento del poeta
Cavafis. En él reivindica la voz de las mujeres de la posguerra.
Pretende contar la “odisea de Penélope” y con ella la de tantas
mujeres “aventureras del infortunio” que siempre han estado
ausentes de todas las narraciones. A este poemario le siguen más de
diez colecciones de poemas y un par de libros en prosa, además de
colaboraciones en revistas y prensa españolas.
Paisajes de papel
Aquella infancia fue más triste.
Ser niño en el cuarenta y dos parecía
imposible.
Nuestra niñez era una mezcla de
comprensión y aburrimiento.
Éramos serios y aburridos.
Recuerdo aquellas tardes; eran como el
mundo era entonces:
sin resquicios y tristes.
Veo a mis pocos años observar con
ahínco,
tras el cristal opaco, la calle larga y
gris;
el sol estaba lejos y era lo único
barato,
lo único que traía alegría sin
exigirnos nada.
Veo a mi niña, adulta y consecuente
con un programa bien trazado:
crecer, crecer muy pronto, darse prisa
—ser niño era una carga demasiado
pesada
para nosotros y para los grandes—.
Sólo en verano el mundo parecía
asequible,
durante tres o cuatro meses saltar,
correr, era la vida.
Lo gris volvía siempre muy pronto.
Un día amanecimos lentas, crecidas,
llenas de miedo, de presente.
Buscábamos palabras en el diccionario
con el afán de comprenderlo todo:
necesitábamos hacer lenguaje.
Algunos nos miraron con asombro,
decían que éramos inteligentes.
Nosotras, durante los dolientes
domingos
dibujábamos inseguros paisajes.
Durante mucho tiempo ésas fueron todas
mis excursiones.
Salir a un campo que no fuera pintado
suponía gastar unos zapatos.
Salir, salir, ése era el sueño,
abolir a las trenzas, inaugurar la
barra de labios:
¡mi reino por un trabajo!
¿Cómo rendir ahora un homenaje a
aquellos días?
Ítaca, 1971
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