Buenos días:
El IES Ilíberis desea dar la enhorabuena a Celia Muñoz, de 1º de Bachillerato B, que ha resultado ganadora del "Concurso Nacional de Narrativa Joven José Manuel Álvarez Gil", de Estepona.
Aquí os dejamos su relato.
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El sol se pone un día más sobre las altas colinas que delimitan la playa, dándole al cielo ese característico color rojizo con el que, al rozar el agua, la tinta con su hermoso reflejo. Unos pasos llaman mi atención con el crujir de la arena.
Ahí está otra vez.
Un día más vuelvo a verla, sentada en una de las pequeñas rocas oscuras que salpican la costa. Me acerco a observarla, pero se aleja ante mi cercanía. No me extraña mucho, el frío del ambiente se conserva aún en mis olas.
El cielo se cubre rápidamente de nubes espesas y pronto pequeñas gotas de agua pura comienzan a caer sobre sobre nosotros. La empapan completamente y en la oscuridad cerrada de la noche se abraza a sus temblorosas rodillas, los sollozos comienzan a escapar de sus labios. Mi corazón se encoge al ver las pequeñas lágrimas deslizarse por sus mejillas, lanzando pequeños destellos con el leve roce de la luz de la luna que comienza a verse de nuevo.
Decepcionado me pregunto, porque no hacen nada. La miran y la ignoran. Como si no pasara nada, como si ella no fuera nada. Hago un esfuerzo y me estiro un poco, intentando consolarla. Le rozo los pies con delicadeza, intentando que la tristeza que llena su mirada se desvanezca ante el brillo de las estrellas.
Una voz gruesa rompe el cómodo silencio de la noche. Con curiosidad, vuelco mi mirada hacia la larga extensión blanca de arena, lo veo ahí, corriendo hacia ella entre la oscuridad como si no hubiese nada más importante para él que encontrarla.
Vuelvo a mirarla. El miedo destila por sus grandes pupilas y se encoge en sí misma, cubriéndose el rostro con las rodillas como si eso pudiese protegerla. El movimiento rápido y nervioso de sus pies me obliga a soltar mi agarre, volviendo a mi lugar. Observo en silencio el desarrollo de aquella incómoda situación.
Los gritos furiosos de él rasgan el silencio y ella, entre sollozos angustiados, intenta excusarse. Los minutos pasan, la situación se torna cada vez más en su contra.
De repente, una posible solución cruza fugaz mi mente. Es arriesgado, pero podría funcionar. Con esfuerzo, me alzo en toda mi enorme envergadura. Con un gran estruendo, me abato sobre ellos, la alejo de allí. Mis aguas la arrastran y la elevan, ignorando por completo los esfuerzos que hace al intentar liberarse.
La desplazo y suavemente la recuesto en la orilla contraria, donde sé que no la podrá herir más. Observo intranquilo como ella reacciona y expulsa la poca agua que había logrado colarse en sus pulmones.
Cuando ella vuelve a levantarse, una brusca vibración del agua devuelve mi atención a la otra orilla. Es él, que en un intento desesperado por alcanzarla, se ha arrojado a mis aguas y comienza a nadar furiosamente. Pero no lo permitiré otra vez.
Con un firme movimiento de mi mano, una de mis corrientes más fuertes lo devuelve a la orilla donde, después de muchos intentos sin resultado alguno, se da por vencido. Con la mirada baja se aleja, sabiendo que jamás le permitiré volver a alcanzarla.
Celia Muñoz, 1º de Bachillerato de Humanidades.
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