domingo, 31 de marzo de 2019

LA PUERTA DE LA POESÍA: "La nana de la cebolla", Miguel Hernández

La nana de la cebolla, Miguel Hernández.


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

Versión musicada de Joan Manuel Serrat.

https://www.youtube.com/watch?v=SyAwcxAfDS8

AUTORAS DE LA GENERACIÓN DEL 50: Josefina Aldecoa


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Josefina Aldecoa

BIOGRAFÍA
https://www.escritores.org/biografias/419-josefina-aldecoa

Josefina Aldecoa nació el 8 de marzo de 1926 en La Robla (León) en el seno de una familia de maestros -su madre y su abuela eran maestras que participaban de la ideología del Instituto Libre de Enseñanza, institución que nació a finales del siglo XIX con idea de renovar la educación en España- y vivió en León, donde formó parte de un grupo literario que produjo la revista de poesía 'Espadaña'.
Se trasladó a Madrid en 1944, donde estudió Filosofía y Letras y se doctoró en Pedagogía por la Universidad de Madrid sobre la relación infantil con el arte, tesis que luego publicaría con el título El arte del niño (1960). Durante sus años de estudio en la facultad entró en contacto con parte de un grupo de escritores que luego iban a formar parte de la Generación de los 50: Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, Jesús Fernández Santos e Ignacio Aldecoa, con quien se casó en 1952 y del que tomó su apellido tras enviudar.
Tradujo para Revista Española, dirigida por Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio y Alfonso Sastre, el primer cuento publicado en España de Truman Capote.
En 1959 Fundó en Madrid el Colegio Estilo, situado en la zona de El Viso, inspirándose en las ideas vertidas en su tesis de pedagogía, en los colegios que había visto en Inglaterra y Estados Unidos y en las ideas educativas del Krausismo, base ideológica de la Institución Libre de Enseñanza.
Ignacio Aldecoa murió en 1969, tras su muerte Josefina pasó diez años sin publicar ni escribir y se centró en la docencia, hasta que en 1981 editó una edición crítica de una selección de cuentos de Ignacio Aldecoa, y continuó su actividad escritora a partir de1983 con Los niños de la guerra.
En 2005 publicó La casa gris y en 2008 Hermanas, su última novela.
En 2004 obtuvo el Premio de Castilla y León de las Letras.
Murió el 16 de marzo de 2011.


BIBLIOGRAFÍA

El arte del niño (1960)
A ninguna parte (1961)
Los niños de la guerra (1983)
La enredadera (1984)
Porque éramos jóvenes (1986)
El vergel (1988)
Cuento para Susana (1988)
Historia de una maestra (1990)
Mujeres de negro (1994)
Ignacio Aldecoa en su paraíso (1996)
Madres e hijas. (1996)
La fuerza del destino (1997)
Confesiones de una abuela (1998)
Pinko y su perro (1998)
Cuentos de fútbol II. Jorge Valdano (Ed.) (1998)
Mujeres al alba (1999)
El desafío (2000), cuento en Cuentos solidarios 2.
Fiebre (2001)
La educación de nuestros hijos (2001)
El enigma (2002)
En la distancia (2004)
La casa gris (2005)
Hermanas (2008)


PREMIOS

Premio de Castilla y León de las Letras (2003)
Gran Cruz Alfonso X El Sabio (2004)
Premio de Castilla y León de las Letras (2004)
Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (2005)
VII Premio Julián Besteiro de las Artes y las Letras (2005)
Medalla de Oro de las Bellas Artes (2006)
Premio Internacional de Letras. Fundación Gabarrón (2006)


ENLACES
http://revista.consumer.es/web/es/20060901/entrevista/70675.php
http://www.elmundo.es/encuentros/invitados/2004/05/1102/
http://www.revistafusion.com/2002/junio/entrev105.htm
http://elpais.com/tag/josefina_aldecoa/a/
http://www.rtve.es/alacarta/videos/esta-es-mi-tierra/esta-tierra-fuerza-del-destino-josefina-aldecoa/677540/
http://www.juntadeandalucia.es/educacion/vscripts/wginer/w/rec/3050.pdf
http://www.publico.es/espana/367019/el-refugio-de-josefina-aldecoa

 
Josefina Aldecoa, fragmentos de Historia de una maestra.


"¿Quién sabe leer?. Y un niño menudito y rubiaco dijo: Yo, "¿Y los demás?", insistí. "Los demás no saben", contestó él. "Si supieran no estarían aquí..."¿Dónde estarían?", pregunté estúpidamente. Y él sonrió lacónico y dijo: "Trabajando".
(…)

"Tenía que pasar mucho tiempo hasta que yo me diera cuenta de que lo que me daban los niños valía más que todo lo que ellos recibían de mí"
(..)

He contado muchas veces los recuerdos que me quedan de Guinea. Tantas, que llego a pensar si los transformo y los complico o, por el contrario, los simplifico demasiado. Cuando vivimos sin testigos que nos ayuden a recordar es difícil ser un buen notario. Levantamos actas confusas o contradictorias, según el poso que el tiempo haya dejado en los recodos de la memoria"
(…)

"A los ojos de mi padre la carrera de maestra reunía las características más favorables para una mujer: decencia, consideración social, nobleza de miras..."
(…)


"-Tienen que comprender -decía Ezequiel- que la moral es otra cosa; está por encima de las religiones. La moral es el resultado de aceptar la verdad y la justicia en todas partes del mundo. Porque la verdad y la justicia no tienen fronteras..."
(…)

"Hacer del trabajo de todos la gran Misión que salvara a España del aislamiento y la ignorancia"
(…)

"Cuando todo español no sólo sepa leer, que ya es bastante, sino tenga ansias de leer, de gozar y divertirse, sí, de divertirse leyendo, habrá una nueva España. Para eso la República ha empezado a repartir por todas partes libros y por eso también al marcharnos os dejaremos nosotros una pequeña biblioteca..."
(…)

"Siempre me ha sorprendido la dificultad que el ser humano tiene para soportar las molestias cotidianas y la valentía con que afronta las situaciones excepcionales."



martes, 26 de marzo de 2019

Visitas a la biblioteca municipal: LEO EN VIOLETA


Durante varias semanas, el alumnado de 2º de ESO se ha trasladado a la Biblioteca municipal de Atarfe para compartir lecturas de Leo en Violeta con Pilar, la bibliotecaria. Han leído y conversado a partir de textos como Rosa Caramelo, Una feliz catástrofe o Mercedes quiere ser bombera.


lunes, 25 de marzo de 2019

AUTORAS DE LA GENERACIÓN DEL 50: Carmen Conde.

Carmen Conde

{Cartagena, 1907 - Madrid, 1996}

Retrato de Carmen Conde
Carmen Conde Abellán nació en Cartagena en 1907 aunque su infancia transcurre entre esa ciudad y Melilla, donde vive de 1914 a 1920, y Madrid donde se establece definitivamente en 1939.
Estudia magisterio en la Escuela Normal de Murcia y más tarde Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia. Publica su primera obra, Brocal, en 1929.
En 1931 se casa con el poeta Antonio Oliver Belmás, el cual fallece en 1968, y fundan y dirigen la Universidad Popular de Cartagena . Fundan también, tras la guerra civil, el Archivo Semanario de Rubén Darío en la Universidad de Madrid. Trabaja como profesora de literatura española en el Instituto de Estudios Europeos y en la Cátedra Mediterráneo de la Universidad de Valencia en Alicante.
En 1953 gana el Premio Elisenda Montcada con Las oscuras raíces . Gana el Premio Doncel de Teatro con la obra A la estrella por la cometa . En 1967 gana el Premio Nacional de Poesía y en 1980 obtiene el Premio Ateneo de Sevilla con Soy la madre. Colabora con La Estafeta Literaria y RNE bajo el seudónimo de Florentina del Mar. Dos de sus obras, La rambla y Creció espesa la yerba, se adaptan para emitir en Televisión Española.
El 28 de enero de 1979 ingresa en la RAE ocupando el sillón K , siendo así la primera mujer desde su creación. A principios de los 80 comienzan los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer. Fallece el 8 de enero de 1996 en Madrid.


Lo infinito

Tú vives en el alba.
Los pájaros te aclaman.
De túnicas de aves te viste la alegría.
¡Qué aurora la que exaltas!
¡Qué noble luz la tuya!
Te escuchan las mañanas y las noches
porque eres como un cirio,
porque eres como un corzo.
Sentirte a ti que pasas
rozándome las rosas  y los ayes...
Doler en tus rodillas, estrujada
por riscos y malezas.

Y que un céfiro de alondras venga dulce,
que tú llegues aventando mis heridas...
Ser mujer y tuya, ¡qué inefable
fundirse la conciencia entre tus brazos!



La Puerta de la Poesía: "Hace tiempo", de Francisca Aguirre.

Hace tiempo
A Nati y Jorge Riechmann
Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.


jueves, 21 de marzo de 2019

AUTORAS DE LA GENERACIÓN DEL 50: María Beneyto

(Valencia, 1925- ibíd., 2011)

Poeta y narradora española nacida en Valencia, en 1925. A los tres años se trasladó con su familia a Madrid. Durante la guerra, vuelve a Valencia. En esta ciudad se formará, encontrándose con una nueva lengua y una nueva cultura que explicará su producción poética bilingüe. Su dedicación a la escritura comienza muy pronto. Será en Valencia donde se empiece a relacionar con grupos literarios y a formarse de forma autodidacta.
Sus primeras obras son en castellano (Canción olvidada y Eva en el tiempo). En los años 50 empieza a publicar poemarios en valenciano y empieza a hacer sus primeras incursiones en la novela (La prometida, La mujer fuerte...). Tras su libro de poemas Vidrio herido de sangre, de 1977, se inicia un periodo de silencio (una constante en la trayectoria poética de muchas de estas autoras del 50). En los años 90 vuelve a publicar, primero una antología poética y después varios libros de poemas, siendo esta última una etapa muy prolífica en la que incluso se vuelve a reeditar su novela La gente que vive al mundo.
Ha sido recogida en numerosas antologías y estudios, tanto de poesía valenciana como castellana. Fallece el 16 de marzo de 2011.


Punto final

Iban los vencedores con sus himnos
y su orgullo, y su grito, por las calles.
Las palabras del júbilo eran rosas,
guirnaldas y banderas. Bienvenidas.
(Por la raya del mar, el barco iba
—el último de todos— hacia lejos:
el exilio, la angustia, el cielo extraño,
la extraña tierra…  Sangre en las raíces.)
Ese himno ya no. !Callad, silencio…!
Tuvimos que aprendernos las palabras
del nuevo modo de salvar el mundo,
la música del pez en la pecera.
(Los himnos fenecidos, los pusimos
detrás de la memoria. Con ramajes
y camuflaje de hojas. Encerrarlos
era como enterrar la infancia en ellos.)
Desfiles. Tiempo nuevo. No pudimos
adaptarnos muy pronto. Más desfiles.
Quizá aquella gente extraña era,
en verdad, la verdad. Y la victoria.
(En la raya de Francia, los vencidos,
y en un flanco de España, la derrota:
los heridos, los vivos, y los otros.
El camino final. Y la posguerra.)
Se habló entonces de patria. De los hijos.
De Castilla la grande. Y en los montes
sólo una mano de la muerte
hacía la señal de la cruz sobre la guerra.
(Ellos tuvieron sólo el gran silencio.
Sólo su herida al lado de la tierra,
huesos que hay que olvidar. Muertos de España
a quienes nadie da nombre de muertos.)
María Beneyto

viernes, 15 de marzo de 2019

LA PUERTA DE LA POESÍA: Aurelio González Ovies

Aurelio González Ovies



"Área de prioridades"

De nada vale decir
aquí estoy yo,
gobierno y mando,
si al pasar por Castilla
y ver el sol crujiendo tras
los olmos,
uno no sabe dar gracias a Machado.

De nada sirve
montar revoluciones, modernizar
las leyes,
si al entrar en Moguer y abrir sus muros
blancos,
uno no escucha, como un geranio púrpura,
la voz en los balcones de Juan Ramón
Jiménez.

Muy poco importa
marcharse tan de prisa a tantas partes
a todas a ninguna,
sin pararse una vez, y al coger nuevo
aliento y mirar el camino,
sentir sobre la piel: Palabras
para Julia.

Sin duda alguna,
España no va bien, como el resto
del mundo y el fondo de la vida.
Necesitamos agua, pan, un poco
de esperanza. Y poesía.

AUTORAS DE LA GENERACIÓN DEL 50: Carmen Laforet

Biografía de Carmen Laforet

 http://www.carmenlaforet.com/biografia/biografia.htm

  Carmen LaforetEn la introducción del volumen Mis páginas mejores, publicado por la Editorial Gredos en 1957, Carmen Laforet, casi siempre reacia a hablar de su vida privada,  nos cuenta sus primeros años, antes de la publicación de su novela Nada:  
Aunque es muy difícil escribir una autobiografía en pocas líneas –y, en realidad, también en muchas-, quiero daros aquí alguna idea de mi propia vida personal antes de que leáis las anotaciones hechas por mí delante de cada uno de mis libros explicando su cronología respecto a mi vida y aquello que me inspiró el deseo de hacerlos.
He nacido en Barcelona, el 6 de septiembre de 1921. En enero de 1944 –a los 22 años- empecé a escribir mi primera novela: Nada.
En el intervalo entre esas dos fechas mi vida se había ido modelando de la siguiente forma:
En 1923 –a punto de cumplir dos años-, fui con mis padres a Canarias. Mi padre era arquitecto y también profesor de la Escuela de Peritaje Industrial. Nuestro traslado a Canarias se debió a necesidades de este profesorado. Yo recuerdo a mi padre muy joven, bien constituido, muy deportista. Tenía la costumbre de fumar en pipa y usaba una excelente mezcla inglesa cuyo olor se ha quedado en mí –así como el de los encerados corredores de la casa de Las Palmas- como uno de los olores inconfundibles de mi infancia.
Mi padre era hijo de sevillanos, de origen nórdico (de origen francés mi abuelo, y vasco mi abuela). Mi padre se había educado en Barcelona. Era un balandrista notable y tenía un barco propio. Había sido campeón de tiro al blanco con pistola en su juventud, y también teníamos en casa copas obtenidas en carreras de bicicletas. El nos enseñó a nadar a mis hermanos y a mí, a soportar fatigas físicas sin quejarnos, a hacer excursiones por el interior de la isla… y a tirar al blanco con pistola, cosa en que yo fui siempre más torpe que mis hermanos.
Mi madre era toledana. Hija de una familia muy humilde, había hecho los estudios de primera enseñanza en la escuela de niñas pobres de unas monjas. Más tarde, obtuvo una beca para estudiar magisterio. Mi padre la conoció como alumna en una época en que él, accidentalmente, dio clases de dibujo en la escuela Normal de Toledo-
Mi madre al casarse tenía dieciocho años; veinte al nacer yo –fui el primer hijo del matrimonio-, y treinta y tres el día en que murió en Canarias. Yo la recuerdo como una mujer menuda, de enorme energía espiritual, de agudísima inteligencia y un sentido castellano, inflexible, del deber. Era una mujer de una elegancia espiritual enorme. Recuerdo también su bondad. Tenía el don de la amistad. En Las Palmas aún hay muchas personas que la querían y la recuerdan vivamente… Ella nos enseñó a mis hermanos y a mí la valentía espiritual de la veracidad, de no dejar las cosas a medias tintas, de saber aceptar las consecuencias de nuestros actos. En mi época de Canarias entran también mis dos hermanos Eduardo y Juan, con quienes siempre me he sentido compenetrada; y entra también más tarde una madrastra, que, a pesar de todas mis resistencias a creer en los cuentos de hadas, me confirmó su veracidad, comportándose como las madrastras de esos cuentos. De ella aprendí que la fantasía siempre es pobre comparada con la realidad. (¡Esto antes de haber leído a Dostoievski!)
En el año 1939 –exactamente en septiembre- volví a Barcelona, donde viví tres años. Después de este periodo vivo en Madrid. He frecuentado –sin terminar ninguna de las dos carreras comenzadas- las Universidades de Barcelona y Madrid. He leído mucho. La vida me ha interesado en todos sus momentos, tanto en los malos como en los buenos. Cuando vuelvo la vista atrás, veo que todos esos años se han combinado para hacerme una persona capaz del difícil don de sentir la felicidad, y humildemente creo que hasta de derramarla en un círculo muy íntimo.
Hasta aquí la historia de una muchacha de veintidós años. De esa época en adelante sabréis todo aquello que tenga conexión con mis libros en las pequeñas notas que he escrito al comenzar los distintos periodos de mi obra. Por estas anotaciones y por los fragmentos de mis libros veréis que, si mis novelas están hechas de mi propia sustancia y reflejan ese mundo que –según os explicaba antes- soy yo, en ninguna de ellas, sin embargo, he querido retratarme.
Efectivamente, a los 18 años, justo al acabar la guerra civil española volvió a Barcelona a casa de sus abuelos- que vivían en la misma calle Aribau donde ella había nacido y en donde está situada su novela, y allí empezó a estudiar la carrera de Filosofía y Letras. Tres años más tarde se trasladó a Madrid donde en unos meses escribiría Nada que, aunque no es una novela estrictamente autobiográfica, es el fruto de sus experiencias en esos años. Cuando escribió Nada, que obtuvo el primer Premio Nadal, tenía 22 años y el éxito que obtuvo en plena juventud marcó su carrera de escritora. Nada fue considerada la mejor novela española contemporánea y el libro más vendido del momento. Recibió también el Premio Fastenrath, de la Real Academia de la Lengua Española en 1948, y el conjunto de elogios que incluía artículos firmados por Juan Ramón Jiménez (de un poema suyo salían el título y la cita inicial de la obra), Ramón Sender,  Azorín, y críticos como Melchor Fernández Almagro, José María de Cossío o Pedro Laín Entralgo demuestran el impacto que dentro y fuera de nuestras fronteras tuvo la publicación de un libro que revolucionó el panorama literario de la posguerra española. Actualmente Nada está considerado como un clásico, se reedita de manera continua, es estudiada en los departamentos de español de todo el mundo, ha sido traducida a numerosos países y le ha asegurado a Carmen Laforet un puesto de honor en la historia de la narrativa española.
Cuando se habla de Carmen Laforet siempre se destacan tres cosas: es la autora de Nada, recibió el prestigioso premio Nadal e inmediatamente se hace alusión al silencio en el que culminó su carrera de escritora comparándola en algunos casos al escritor mexicano Juan Rulfo. Pero si bien es cierto que la escritora se retiró voluntariamente del mundo literario de la época, de sus envidias, enemistades y rencillas, y que se la puede considerar una escritora poco prolífica, publicó otras excelentes novelas: en 1952  apareció La isla y los demonios, que tiene como protagonista a una adolescente, Marta Camino, basándose en su propia experiencia juvenil en Las Palmas de Gran Canaria. La mujer nueva (1955) que ganó el Premio Menorca de Novela de 1955 y el Premio Nacional de Literatura de 1956, narra la aventura espiritual de la protagonista y su conversión al catolicismo. En 1963 publicó La insolación. Esta última novela formaba parte de una triología Tres pasos fuera del tiempo que no llegó a completarse. El segundo tomo Al volver la esquina, que ella no se había decidido a publicar, se editó póstumamente en el año 2004. Escribió además, siete novelas cortas, veintidós cuentos, narraciones de viaje e innumerables artículos para periódicos y revistas.
Carmen Laforet se casó en 1946 con el periodista y crítico literario Manuel Cerezales con el que tuvo cinco hijos. El matrimonio se separó en 1970.
En 2003 se publicó Puedo contar contigo, que contiene la relación epistolar entre Carmen Laforet y el escritor Ramón J. Sender, un total de 76 cartas en las que la escritora le cuenta sobre su vida familiar, los hijos, sus dificultades de ser y escribir como mujer, la inseguridad frente a su obra de la que se muestra muy crítica.
Su paulatino distanciamiento de la vida pública se aceleró debido a una enfermedad degenerativa que afectaba a la memoria y que la dejo sin habla en los últimos años de su vida.
En 2009 su hija, Cristina Cerezales publicó el libro Música Blanca en el que, en un diálogo sin palabras con su madre, emprende un recorrido por los senderos de la memoria en el que abundan detalles reveladores que permiten entender en profundidad su vida y su obra.
Carmen Laforet murió en Madrid el 28 de febrero de 2004.

Cuento de Carmen Laforet: "El regreso"



Cuento de Carmen Laforet: El regreso

https://narrativabreve.com/2015/05/cuento-carmen-laforet-regreso.html

Era una mala idea, pensó Julián, mientras aplastaba la frente contra los cristales y sentía su frío húmedo refrescarle hasta los huesos, tan bien dibujados debajo de su piel transparente. Era una mala idea esta de mandarle a casa la Nochebuena. Y, además, mandarle a casa para siempre, ya completamente curado. 

Julián era un hombre largo, enfundado en un decente abrigo negro. Era un hombre rubio, con los ojos y los pómulos salientes, como destacando en su flacura. Sin embargo, ahora Julián tenía muy buen aspecto. Su mujer se hacía cruces sobre su buen aspecto cada vez que lo veía. Hubo tiempos en que Julián fue sólo un puñado de venas azules, piernas como larguísimos palillos y unas manos grandes y sarmentosas. Fue eso, dos años atrás, cuando lo ingresaron en aquella casa de la que, aunque parezca extraño, no tenía ganas de salir.  
–Muy impaciente, ¿eh?… Ya pronto vendrán a buscarle. El tren de las cuatro está a punto de llegar. Luego podrán ustedes tomar el de las cinco y media… Y esta noche, en casa, a celebrar la Nochebuena… Me gustaría, Julián, que no se olvidase de llevar a su familia a la misa del Gallo, como acción de gracias… Si esta Casa no estuviese tan alejada… Sería muy hermoso tenerlos a todos esta noche aquí… Sus niños son muy lindos, Julián… Hay uno, sobre todo el más pequeñito, que parece un Niño Jesús, o un San Juanito, con esos bucles rizados y esos ojos azules. Creo que haría un buen monaguillo, porque tiene cara de listo…
Julián escuchaba la charla de la monja muy embebido. A esta sor María de la Asunción, que era gorda y chiquita, con una cara risueña y unos carrillos como manzanas, Julián la quería mucho. No la había sentido llegar, metido en sus reflexiones, ya preparado para la marcha, instalado ya en aquella enorme y fría sala de visitas… No la había sentido llegar, porque bien sabe Dios que estas mujeres con todo su volumen de faldas y tocas caminan ligeras y silenciosas, como barcos de vela. Luego se había llevado una alegría al verla. La última alegría que podía tener en aquella temporada de su vida. Se le llenaron los ojos de lágrimas, porque siempre había tenido una gran propensión al sentimentalismo, pero que en aquella temporada era ya casi una enfermedad. –Sor María de la Asunción… Yo, esta misa del Gallo, quisiera oírla aquí, con ustedes. Yo creo que podía quedarme aquí hasta mañana… Ya es bastante estar con mi familia el día de Navidad… Y en cierto modo ustedes también son mi familia. Yo… Yo soy un hombre agradecido. 
–Pero, ¡criatura!… Vamos, vamos, no diga disparates. Su mujer vendrá a recogerle ahora mismo. En cuanto esté otra vez entre los suyos, y trabajando, olvidará todo esto, le parecerá un sueño… 
Luego se marchó ella también, sor María de la Asunción, y Julián quedó solo otra vez con aquel rato amargo que estaba pasando, porque le daba pena dejar el manicomio. Aquel sitio de muerte y desesperación, que para él, Julián, había sido un buen refugio, una buena salvación… Y hasta en los últimos meses, cuando ya a su alrededor todos lo sentían curado, una casa de dicha. ¡Con decir que hasta le habían dejado conducir…! Y no fue cosa de broma. Había llevado a la propia Superiora y a sor María de la Asunción a la ciudad a hacer compras. Ya sabía él, Julián, que necesitaban mucho valor aquellas mujeres para ponerse confiadamente en manos de un loco…, o un ex loco furioso, pero él no iba a defraudarlas. El coche funcionó a la perfección bajo el mando de sus manos expertas. Ni los baches de la carretera sintieron las señoras. Al volver, le felicitaron, y él se sintió enrojecer de orgullo. 
–Julián… 
Ahora estaba delante de él sor Rosa, la que tenía los ojos redondos y la boca redonda también. Él a sor Rosa no la quería tanto; se puede decir que no la quería nada. Le recordaba siempre algo desagradable en su vida. No sabía qué. Le contaron que los primeros días de estar allí se ganó más de una camisa de fuerza por intentar agredirla. Sor Rosa parecía eternamente asustada de Julián. Ahora, de repente, al verla, comprendió, a quién se parecía. Se parecía a la pobre Herminia, su mujer, a la que él, Julián, quería mucho. En la vida hay cosas incomprensibles. Sor Rosa se parecía a Herminia. Y, sin embargo, o quizá a causa de esto, él, Julián, no tragaba a sor Rosa.
–Julián… Hay una conferencia para usted. ¿Quiere venir al teléfono? La Madre me ha dicho que se ponga usted mismo.
La Madre era la mismísima Superiora. Todos la llamaban así. Era un honor para Julián ir al teléfono. 
Llamaba Herminia, con una voz temblorosa allí al final de los hilos, pidiéndole que él mismo cogiera el tren si no le importaba. 
–Es que tu madre se puso algo mala… No, nada de cuidado; su ataque de hígado de siempre… Pero no me atreví a dejarla sola con los niños. No he podido telefonear antes por eso… por no dejarla sola con el dolor…
Julián no pensó más en su familia, a pesar de que tenía el teléfono en la mano. Pensó solamente que tenía ocasión de quedarse aquella noche, que ayudaría a encender las luces del gran Belén, que cenaría la cena maravillosa de Nochebuena, que cantaría a coro los villancicos. Para Julián todo aquello significaba mucho. 
–A lo mejor no voy hasta mañana… No te asustes. No, no es por nada; pero, ya que no vienes, me gustaría ayudar a las madres en algo; tienen mucho trajín en estas fiestas… Sí, para la comida sí estaré… Sí, estaré en casa el día de Navidad.  La hermana Rosa estaba a su lado contemplándolo, con sus ojos redondos, con su boca redonda. Era lo único poco grato, lo único que se alegraba de dejar para siempre… Julián bajó los ojos y solicitó humildemente hablar con la Madre, a la que tenía que pedir un favor especial. 
Al día siguiente, un tren iba acercando a Julián, entre un gris aguanieve navideño, a la ciudad. Iba él encajonado en un vagón de tercera entre pavos y pollos y los dueños de estos animales, que parecían rebosar optimismo. Como única fortuna, Julián tenía aquella mañana su pobre maleta y aquel buen abrigo teñido de negro, que le daba un agradable calor. Según se iban acercando a la ciudad, según le daba en las narices su olor, y le chocaba en los ojos la tristeza de los enormes barrios de fábricas y casas obreras, Julián empezó a tener remordimientos de haber disfrutado tanto la noche anterior, de haber comido tanto y cosas tan buenas, de haber cantado con aquella voz que, durante la guerra, habían aliviado tantas horas de aburrimiento y de tristeza a su compañeros de trinchera. 
Julián no tenía derecho a tan caliente y cómoda Nochebuena, porque hacía bastantes años que en su casa esas fiestas carecían de significado. La pobre Herminia habría llevado, eso sí, unos turrones indefinibles, hechos de pasta de batata pintada de colores, y los niños habrían pasado media hora masticándolos ansiosamente después de la comida de todos los días. Por lo menos eso pasó en su casa la última Nochebuena que él había estado allí. Ya entonces él llevaba muchos meses sin trabajo. Era cuando la escasez de gasolina. Siempre había sido el suyo un oficio bueno; pero aquel año se puso fatal. Herminia fregaba escaleras. Fregaba montones de escaleras todos los días, de manera que la pobre sólo sabía hablar de las escaleras que la tenían obsesionada y de la comida que no encontraba. Herminia estaba embarazada otra vez en aquella época, y su apetito era algo terrible. Era una mujer flaca, alta y rubia como el mismo Julián, con un carácter bondadoso y unas gafas gruesas, a pesar de su juventud… Julián no podía con su propia comida cuando la veía devorar la sopa acuosa y los boniatos.
Sopa acuosa y boniatos era la comida diaria, obsesionante, de la mañana y de la noche en casa de Julián durante todo el invierno aquel. Desayuno no había sino para los niños. Herminia miraba ávida la leche azulada que, muy caliente, se bebían ellos antes de ir a la escuela… Julián, que antes había sido un hombre tragón, al decir de su familia, dejó de comer por completo… Pero fue mucho peor para todos, porque la cabeza empezó a flaquearle y se volvió agresivo. Un día, después que ya llevaba varios en el convencimiento de que su casa humilde era un garaje y aquellos catres que se apretaban en las habitaciones eran autos magníficos, estuvo a punto de matar a Herminia y a su madre, y lo sacaron de casa con camisa de fuerza y… Todo eso había pasado hacía tiempo… Poco tiempo relativamente. Ahora volvía curado. Estaba curado desde hacía varios meses. Pero las monjas habían tenido compasión de él y habían permitido que se quedara un poco más… hasta aquellas Navidades. De pronto se daba cuenta de lo cobarde que había sido al procurar esto. El camino hasta su casa era brillante de escaparates, reluciente de pastelerías. En una de aquellas pastelerías se detuvo a comprar una tarta. Tenía algún dinero y lo gastó en eso. Casi le repugnaba el dulce de tanto que había tomado aquellos días; pero a su familia no le ocurriría lo mismo.
Subió las escaleras de su casa con trabajo, la maleta en una mano, el dulce en la otra. Estaba muy alta su casa. Ahora, de repente, tenía ganas de llegar, de abrazar a su madre, aquella vieja siempre risueña, siempre ocultando sus achaques, mientras podía aguantar los dolores.
Había cuatro puertas descascarilladas, antiguamente pintadas de verde. Una de ellas era la suya. Llamó. 
Se vio envuelto en gritos de chiquillos, en los flacos brazos de Herminia. También en un vaho de cocina caliente. De buen guiso.
–¡Papá…! ¡Tenemos pavo! 
Era lo primero que le decían. Miró a su mujer. Miró a su madre, muy envejecida, muy pálida aún a consecuencia del último arrechucho, pero abrigada con una toquilla de lana nueva. El comedorcito lucía la pompa de una cesta repleta de dulces, chucherías y lazos. 
–¿Ha… ha tocado la lotería? 
–No, Julián… Cuanto tú te marchaste, vinieron unas señoras… De Beneficencia, ya sabes tú… Nos han protegido mucho; me han dado trabajo; te van a buscar trabajo a ti también, en un garaje… 
¿En un garaje…? Claro, era difícil tomar a un ex loco como chófer. De mecánico tal vez. Julián volvió a mirar a su madre y la encontró con los ojos llorosos. Pero risueña. Risueña como siempre. 
De golpe le caían otra vez sobre los hombros las responsabilidades, angustias. A toda aquella familia que se agrupaba a su alrededor venía él, Julián, a salvarla de las garras de la Beneficencia. A hacerla pasar hambre otra vez, seguramente, a… 
–Pero, Julián, ¿no te alegras?… Estamos todos juntos otra vez, todos reunidos en el día de Navidad… ¡Y qué Navidad! ¡Mira! 
Otra vez, con la mano, le señalaban la cesta de los regalos, las caras golosas y entusiasmadas de los niños. A él. Aquel hombre flaco, con su abrigo negro y sus ojos saltones, que estaba tan triste. Que era como si aquel día de Navidad hubiera salido otra vez de la infancia para poder ver, con toda crueldad, otra vez, debajo de aquellos regalos, la vida de siempre.

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