CRÓNICA
En noches de tormenta, mientras
crece el retumbo clamoroso
del aguacero y la ventisca, se oyen
los naufragios antiguos
alojados aún bajo estas aguas.
Cientos de navíos perdidos
entre los tornadizos contrafondos
del estuario del Guadalquivir, sepultos
ya para siempre en las tumbas del cieno
que han ido acumulando los arrastres fluviales
por la alevosa barra de Sanlúcar.
Veo desde mi ventana ese confín
invulnerable, como anclado
en algún extrarradio de la mitología:
la frontera oceánica y fluvial
donde un día entendí
que también la experiencia dispone
de su linde ilusoria y sus zonas prohibidas.
Todo ese infausto, declinante esplendor
de metales preciosos, devorados
por las fuerzas famélicas del fango,
hizo siempre las veces de trasunto
de mi primer bosquejo de aventuras:
un designio imposible de riqueza
ocupando el lugar de tantas privaciones.
J. M. CABALLERO BONALD, Diario de Argónida (1997), en Somos el tiempo que nos queda. Obra poética completa 1952-2005, Seix Barral, 2007
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