LARGAS TARDES
Eran las largas tardes cuando me abandonaba la
poesía.
El río fluía paciente, empujando al mar barcas ocio-
sas.
Eran largas tardes, una costa de marfil. Sombras
en las calles, escaparates con altivos maniquíes
que me miraban a los ojos, osados y hostiles.
De los institutos salían los profesores con caras vacías,
como si Homero los hubiese vencido, humillado,
matado.
Los periódicos de la tarde traían noticias inquie-
tantes,
pero nada cambiaba, nadie aceleraba el paso.
En las ventanas no había nadie, tú no estabas,
incluso las monjas parecían avergonzarse de la vida.
Eran las largas tardes cuando la poesía se desvanecía
y me quedaba solo con el monstruo opaco de la ciu-
dad,
como un pobre viajero delante de la Gare du Nord
con una maleta demasiado pesada, atada con un
cordel,
en la que cae una negra lluvia, una negra lluvia de
septiembre.
Oh, dime cómo curarse de la ironía, de la mirada
que ve pero que no penetra; dime cómo curarse
del silencio.
ADAM ZAGAJEWSKI, Deseo, Acantilado, 2005
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